Lo escencial

Lectura

CULTURA Y RESPONSABILIDAD SOCIAL
La esencia de la cultura

La importancia que tiene la cultura se trasluce nítidamente en el primer párrafo del segundo capítulo de la Constitución "Gaudium et Spes" del Concilio Vaticano II, donde se afirma que "El hombre no llega a un nivel verdadero y plenamente humano sino por la cultura, es decir, por el cultivo de los bienes y valores naturales."
Para una mejor comprensión de esta idea y de lo que está en juego, es necesario eliminar primero la estrecha visión reduccionista que encierra a la cultura exclusivamente en el ámbito de las bellas artes. Ciertamente las "bellas artes" son una de las partes más significativas de la cultura, pero "el todo siempre será mayor que cualquiera de sus partes". Puesto que cultura (colere; cultivo) es toda acción del hombre sobre la naturaleza para cultivarla, y siendo la naturaleza humana el primer y más importante cultivo que el hombre puede realizar, debemos entender que: "Con la palabra "cultura" se indica todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones" (G.S. 53.)
Para una mayor comprensión de éstas palabras no debemos perder de vista que sólo el hombre es capaz de "cultivar" la naturaleza, el animal no. Por ejemplo, las abejas van de flor en flor recolectando miel y realizando una función de polinización; con ello ciertamente están interactuando con la naturaleza. Pero esa función que desde siempre han realizado sin modificarla un ápice, no es un "cultivo" de las flores ni de la miel por lo siguiente: las abejas -como todo animal- realizan su actividad en forma absolutamente instintiva y no racional, es decir, que actúan exclusivamente por las leyes fatales del instinto grabado en su naturaleza. Por ello la función de las abejas es plenamente natural, corresponde al equilibrio ecológico, y no le agrega -ni le quita- nada a la naturaleza. En cambio el hombre, por sus cualidades de ser consciente y libre, interactúa con la naturaleza de tal modo que puede agregarle algo que no está inscrito en el orden natural, algo extrínseco a ella, es decir, puede perfeccionarla, puede cultivarla; pero también puede degradarla e incluso destruirla. La cultura -lo mismo que la anti-cultura- es pues un ámbito exclusivamente humano en el cual el hombre le proporciona a la naturaleza un "valor agregado".
El hombre puede cultivar toda la naturaleza, empezando por "su" propia naturaleza. Por ello en el ámbito de la cultura encontramos dos realidades que se complementan entre sí: el cultivo del ser humano y el cultivo de todo lo demás. En ésta distinción encontramos las dos vertientes de la cultura: la subjetiva, llamada también personal, y la vertiente objetiva.
La vertiente más importante, profunda y esencial de la cultura es, obviamente, el cultivo del ser humano. Esta vertiente " subjetiva" o " personal", tiene como su principal característica el que es "interior" al hombre , y por tanto no es heredable; deberá partir "de cero" en cada ser humano. Por ello Zimmerman afirmaba que cada niño al nacer es un niño de la edad de piedra.
La otra vertiente, llamada "cultura objetiva" es "exterior" al hombre; es la manifestación de su espíritu reflejado en los "objetos" producidos por sus manos como resultado final de su actividad espiritual e intelectual, y por tanto ésta si es heredable. Esos "objetos" pueden ser lo mismo una estatua, un edificio o un libro, que una institución, un culto religioso o un sistema de organización social.
Al ser resultado del actuar del hombre, cada realización cultural, necesariamente reflejará cuales fueron los valores (verdad, bien, belleza, justicia, utilidad, etc.) que movieron a aquellos que la llevaron a cabo. Por ejemplo, si hablamos de los griegos de la antigüedad, inmediatamente nos viene a la mente el Partenón u otra obra arquitectónica semejante. Ello significa que era la belleza el valor que animó a sus constructores, y como la belleza es un valor universal, las obras inspiradas en él serán apreciadas e imitadas a lo largo de los tiempos; hoy vemos como después de casi tres mil años, las columnas griegas siguen siendo reproducidas en muchas obras de la arquitectura contemporánea. Si al hablar de los antiguos griegos lo que nos vino a la mente fueron las obras de sus filósofos, es porque la cultura griega refleja también el valor de la verdad, cuya búsqueda animaba a sus pensadores más representativos.
La profunda relación y la jerarquía existentes entre las vertientes subjetiva y objetiva de la cultura fueron claramente señaladas por Juan Pablo II en su discurso a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 1980: "La cultura es aquella a través de la cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, "es" más, accede más al "ser". En esto encuentra también su fundamento la distinción capital entre lo que el hombre "es" y lo que "tiene", entre el ser y el tener. La cultura se sitúa siempre en relación esencial y necesaria a lo que el hombre es, mientras que la relación a lo que el hombre tiene, a su "tener", no solo es secundaria, sino también relativa. Todo el "tener" del hombre no es importante para la cultura, ni es factor creador de cultura sino en la medida en que el hombre, por medio de su "tener", puede al mismo tiempo "ser" más plenamente." (Juan Pablo II. Discurso a la UNESCO, 7)
Por ello un hombre culto no es necesariamente un hombre instruido, porque al fin y al cabo la instrucción es una cosa más que el hombre puede (y debería) "tener", pero si ese "tener" no lo hace "ser" mejor persona, no se habrá cultivado como humano. En cambio el hombre culto es aquel que ha cultivado su espíritu y por ello en toda circunstancia es justo y veraz, que siempre obra el bien y hace bien lo que hace.
Finalmente para completar ésta exposición sobre la esencia de la cultura, es necesario comprender por qué el núcleo más profundo y esencial de cualquier cultura es el hecho religioso. La razón es la siguiente: la cultura es siempre obra del hombre; y como el hombre es el único ser del mundo visible que además de existir sabe que existe, por esa conciencia de sí mismo sabe con absoluta certeza que, tarde o temprano morirá.
La conciencia que el ser humano tiene sobre su propia existencia y su más o menos próxima muerte, le lleva necesaria e irremediablemente a buscar el sentido de la vida, y a tomar una actitud ante la vida. Encontrar el sentido de la vida no es un problema más entre otros; es el problema de los problemas; el problema más trascendente en la vida del hombre. Esto es lo que convierte al hombre en un ser religioso por naturaleza, y es uno de los distintivos esenciales que lo diferencian de los animales. Esta religiosidad natural está presente aún en los ateos y en quienes niegan la existencia de una vida después de la muerte; sólo que en tal caso expresada negativamente.
El "hecho" religioso en la vida de todos los pueblos en todos los tiempos es uno de los mejor atestiguados en la historia de la humanidad, y como la religión manifiesta la cosmovisión - el modo de ver la vida y el mundo- de un pueblo, toda la cultura de ese pueblo estará reflejará cuál es la cosmovisión, el sentido de la vida de ese pueblo. Ésta es la razón de que el núcleo de las culturas sea siempre el religioso. Que la respuesta dada por cada cultura al sentido de la vida sea verdadera o falsa es otro problema, pero el núcleo de la cultura se resuelve siempre en el hecho religioso.

El punto azul "A pale blue dot" (por Carl Sagan)



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